Asesinato en familia

El fuego del mechero encendió el cigarro, iluminando a su vez la pequeña habitación en la que se encontraban. Llevaban ya diez horas y todavía no le habían sacado nada de información. Toni estaba sudando, medio desnudo, tirado en el suelo y con un paño en la boca para ahogar sus gritos de auxilio.

-No sabe nada- dijo Enrique a Leopoldo.

- ¡Joder!¡Tiene que saber algo Enrique! No puede ser que no sepa nada, estaba metido hasta el cuello en esta mierda.

-Ya sabes como son esos cabrones, tienen gente como cabeza de turco y no les dicen ni mu, solo son tíos que venden mercancía.

-Este no lo era, estoy seguro.

Enrique se acercó a Leopoldo, le pasó una mano por la espalda y le dio el cigarro que había encendido antes para que se calmara.

-Remátalo Enrique.

-No puedo, míralo, está indefenso.

- ¡Que lo remates ostia!

- ¡Que no puedo!

El cuchillo se clavó en el cuello de Toni, acabando con cualquier esperanza de vida, Leopoldo lo había matado.

-Joder, joder, joder qué hacemos ahora con él eh, Leopoldo -Enrique caminaba histérico por la habitación, las venas del cuello le iban a explotar, y había empezado a temblar- ¿Qué tienes pensado?

-Tranquilo.

- ¡Cómo quieres que este tranquilo si te acabas de cargar a un tío a sangre fría!

-Mira Enrique, te dije que no vinieras si no te ibas a atrever. Ahora no vengas con mariconadas.

-Vale, pues yo me voy.

- ¡De aquí no se va ni dios! Ahora apechuga y ayúdame.

Leopoldo se quitó la camisa, dejándola tirada de cualquier forma en el suelo, lo suficientemente apartada como para no entorpecer la maniobra. La luz del amanecer se dejaba ver entre las persianas medio bajadas.

Entre los dos levantaron a Toni y le metieron en el coche, el cual habían dejado aparcado en un sitio estratégico para no ser vistos. Se metieron en el Peugeot 205 rojo y arrancaron.

-Pon la radio payaso.

La emisora Europa FM empezó a sonar de fondo mientras Leopoldo conducía y Enrique leía un periódico que estaba guardado en la guantera desde dios sabe cuándo.

Al llegar al monte se bajaron del coche, dispuestos a dar una vuelta de reconocimiento. Evitando así cualquier encuentro no deseado con familias felices dando un paseo o algo así.

- ¿Quién nos lo diría Leopoldo?

-A que te refieres concretamente.

-Pues ya sabes -dijo mientras acompañaba la frase con un gesto de desesperación, para después mirar la hora en el reloj Viceroy que su madre le había regalado un mes antes de morir- míranos, con un muerto en el maletero en medio del monte.

-No te pongas melancólico ahora, y ayúdame con el chaval ese. Hay que tirarlo por ahí a unos arbustos, órdenes del jefe.

- ¡Vamos no me jodas! No le llames así, que es nuestro padre.


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